¿Quién evalúa a los evaluadores de la cooperación internacional?
La evaluación de la cooperación internacional se ha convertido en un mercado global dominado por grandes consultoras y think tanks, más centrado en cumplir requisitos que en generar aprendizaje real. Nuevas metodologías disruptivas buscan democratizar la evaluación, pero persisten riesgos de mercantilización y pérdida de apropiación local.
Durante décadas, la evaluación de políticas y proyectos de cooperación internacional se ha presentado como un proceso técnico y objetivo: medir, comparar, emitir recomendaciones. Esta narrativa, cómoda para agencias y donantes, oculta sin embargo una realidad mucho más compleja. Evaluar no es solo medir; es interpretar, decidir qué se mide y para qué, y eso nunca es neutral. Hoy, detrás de cada evaluación existe un mercado en expansión, intereses cruzados y una profunda disputa sobre quién produce el conocimiento que legitima la acción internacional.
Un mercado global de evaluadores
Lejos de ser procesos internos, la mayoría de las evaluaciones en cooperación internacional se externalizan a terceros. Grandes empresas especializadas como Social Impact, ITAD o Mokoro, junto a think tanks como ODI o RAND Corporation y consultoras como Deloitte y PwC, dominan un mercado que mueve millones de dólares al año. La competencia es feroz y el acceso a los contratos, cada vez más reservado a quienes manejan los códigos burocráticos de las licitaciones internacionales. La evaluación, en este contexto, corre el riesgo de convertirse en un servicio más: cumplir con los requisitos formales de los donantes, entregar informes bien estructurados y evitar grandes controversias. La pregunta sobre si los proyectos realmente transforman realidades queda muchas veces en segundo plano.
¿Qué innovaciones están emergiendo?
Pese a todo, algunas tendencias están abriendo espacios de renovación. El uso de big data y machine learning permite monitorear proyectos en tiempo real, capturando información dinámica que antes escapaba a los informes tradicionales. Métodos participativos buscan involucrar a las comunidades como actores activos de la evaluación, no solo como fuentes de datos. Plataformas digitales como U-Report de UNICEF permiten escuchar a miles de jóvenes en cuestión de días, mientras que marcos éticos más exigentes incorporan criterios de diversidad, equidad e inclusión en el análisis de los programas. Agencias como el PNUD comienzan incluso a experimentar con evaluaciones prospectivas, que no solo miran al pasado, sino que intentan anticipar escenarios futuros en contextos de alta incertidumbre.
Los riesgos de una evaluación mercantilizada
Sin embargo, estas innovaciones conviven con riesgos profundos. La lógica comercial que domina el mercado de evaluaciones puede atentar contra la honestidad crítica que debería guiar todo proceso evaluativo. ¿Quién se atreve a señalar fallos estructurales cuando su próximo contrato depende de la satisfacción del cliente? A ello se suma la pérdida de apropiación local: cuando la evaluación es sistemáticamente externalizada, las organizaciones locales pierden la oportunidad de aprender y mejorar desde dentro, reproduciendo la dependencia en lugar de fortalecer capacidades.
Evaluar para transformar
En tiempos de crisis climática, polarización política y desafíos globales, la cooperación internacional necesita más que informes pulidos. Necesita evaluaciones que incomoden, que cuestionen supuestos, que den voz a quienes históricamente han sido silenciados. Evaluar no debería ser un trámite burocrático, sino un acto político de aprendizaje colectivo y de transformación. Porque, en última instancia, si no somos capaces de evaluar críticamente nuestras propias prácticas, difícilmente estaremos en condiciones de cambiar el mundo.
por
Jaume Almendros Rodríguez
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